Una nueva longevidad emerge. Una revolución está transformando el paisaje de nuestras sociedades. La esperanza de vida crece aceleradamente. En el año 2018, por primera vez en la historia de la humanidad la población mayor de 60 años, superó a la población menor de 5 años: los niños.
Actualmente 703 millones de personas, en el mundo, tienen 65 años o más. Para el 2050 se espera que sean más de 1500 millones. Esto de acuerdo al reporte 2019 Envejecimiento Poblacional de la División Población de Naciones Unidas.
Ese reporte estima que para mediados del presente siglo, una cada seis personas en el mundo tendrá una edad superior a los 65 años, relación que actualmente es una cada once. A su vez, el número de personas cuya edad superará los 80 crecerá aún más rápido, triplicándose su número para el 2050, momento para el cual la esperanza de vida a los 65 años habrá crecido 19 veces con respecto a la actual.
La profunda transición demográfica que navegamos está en todas partes, confrontándonos con posibilidades promisorias, pero está nuestras manos transformarlas en realidades, particularmente a través de nuestros esfuerzos colectivos, incluyendo los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS).
Todas las sociedades del planeta se encuentran atravesando ésta transición, algunas en sus primeras fases y otras más avanzadas. Significa que, más que nunca, es crucial evitar pensar el futuro con el pasado, que es algo que tendemos a hacer, pero nunca se dio. Es un salto cualitativo para la humanidad.
Entonces es oportuno recordar que toda vez que nos encontramos en una situación inédita prestamos particular atención para entenderla, comprenderla y encontrar los modos apropiados de actuar en ella, o de gestionarla.
Sin duda, esta revolución de la longevidad es una situación extraordinaria en la historia humana. Un nuevo escenario emerge, transformando creencias, valores y estilos de vida: ocio y actividad, educación y aprendizaje, salud y envejecimiento, y más, mucho más. El proceso involucra todas las dimensiones de nuestra vida individual y colectiva.
Se está dando una reconfiguración inédita. Es importante prestarle atención para comprender las posibilidades en juego y dedicar esfuerzos para que lo emergente sea un verdadero logro colectivo, dando lugar a las facetas más luminosas. Para que así sea lo mejor es reconocer nuestro protagonismo y asumirlo, ya que las expectativas e interpretaciones de la realidad configuran en gran medida los mundos personales y sociales.
Las organizaciones en las que interactuamos, sean con o sin fines lucro, locales, regionales o planetarias, tendrán que adecuarse a las realidades emergentes. La buena noticia es que son cada vez más los que reconocen las oportunidades potenciales que vienen con ella. Es mucho lo que está en juego. Para empezar sería muy conveniente cuestionar supuestos y creencias instaladas en la corriente principal.
Es evidente que las perspectivas negativas son las dominantes. La extensión de la vida humana tiende a ser vista como la extensión de una etapa miserable de su arco vital, y esto no es menor, porque acarrea el riesgo de error en las decisiones y en los resultados. Es la diferencia que hace la diferencia entre un escenario sombrío y uno luminoso.
En Argentina, una Sociología Amable propone explorar la cuestión con un abordaje reflexivo, para comprender la complejidad del fenómeno con el propósito de evitar sufrimiento innecesario y contribuir a la conceptualización orientada a nutrir el sentido común que la gente aplica en su vida cotidiana (adaptado de la ponencia “Longevidad, las tensiones de una revolución silenciosa ¿Qué es y cómo conceptualizarla?”, presentada por la Dra. Mercedes Jones en el Congreso de Sociología UBA 2019). Esto mismo es lo que propone una Economía Amable en su campo.
La buena noticia es que hay ejemplos concretos en los que inspirarse. Me refiero a las llamadas “Zonas azules”, en donde la gente vive más y más saludablemente que en ninguna otra parte en el planeta. Tres de estas zonas son islas: Cerdeña en Italia, Icaria en Grecia, y Okinawa en Japón, la cuarta es una península, Nicoya en Costa Rica, y la quinta, que algunos autores consideran y otros no, es la comunidad adventista de Loma Linda, en California. En estas áreas los centenarios usualmente viven una vida activa y libre de medicamentos. El secreto es su estilo de vida: básicamente dieta sana, actividad física diaria y sentido de vida en un ambiente social que facilita esos ingredientes. La particularidad de las “Zonas azules” es que las creencias y valores dominantes en el ambiente sociocultural promueven una longevidad deseable, vital y satisfactoria a nivel psicofísico, social y espiritual.
Hay lecciones por aprender a partir de las condiciones de vida que ofrecen las “Zonas azules”, especialmente para cuestionar y transformar supuestos culturales profundamente arraigados en la corriente principal, donde las creencias y valores de la Era Industrial siguen gravitando significativamente. Sigue predominando la visión cronológico-mecanicista que asimila características de las máquinas a las personas, considerando que se desgastan a consecuencia del uso, o por el sólo efecto del tiempo. Una vez que la persona alcanza la edad adulta se espera un declive paulatino, una gradual caída de la productividad, que deriva en una situación de “inutilidad”. Tal así que el ideario social, muy en línea con esta perspectiva, asocia la longevidad a una temible imagen de decrepitud, y no es de sorprender que los mayores terminen siendo una carga para sus familias y para la sociedad en su conjunto.
Por el contrario, la perspectiva de una Economía Amable es sustentadora de la vida, creando abundancia a partir de la abundancia. En cuanto a la longevidad, reconoce el valor de la experiencia que nutre la maestría y la sabiduría, dos recursos clave para la generación de conocimiento y la toma de decisiones, a nivel individual y colectivo. Significa que con una economía amable los mayores constituyen un valioso recurso social. Implica dejar atrás la perspectiva que impone minusvalía y adoptar otra, capaz de reconocer el valor de la experiencia humana que sólo puede adquirirse por medio del aprendizaje vivencial.
Es esperable que las transformaciones en curso lleven a reconocer el valor que se esconde tras los supuestos obsoletos de la corriente principal. Actualmente, es cada vez más frecuente cuatro, cinco y hasta seis generaciones conviviendo simultáneamente en nuestras sociedades, interactuando en constelaciones de experiencia viva. Aprenderemos a aprovechar la riqueza potencial disponible en este recurso, ya que estamos atestiguando la emergencia de una sociedad del conocimiento, donde el aprendizaje y la sabiduría, individual y colectiva, son esenciales para avanzar en el proceso evolutivo tendiente a lograr la sustentabilidad integral y la buena vida, en diversidad de expresiones culturales.
¿Qué podemos hacer, cada uno de nosotros?
- Mantener una dieta saludable, apropiada a nuestra particular naturaleza, edad y actividad.
- Realizar ejercicio físico regularmente, además de una cuota de trabajo físico diario. Las caminatas son una buena opción.
- Disfrutar de lo que hacemos, compartir conocimientos y aprender.
- Contribuir a nuestras familias y comunidad con habilidades y conocimientos.
- Continuar con una labor profesional aun estando jubilados, siempre de manera amable y respetuosa de las particularidades personales. Ofrecer servicio voluntario es una opción.
Sobre todo, protagonizar los cambios que promueven modos amables de ser-hacer, que nos valorizan y cuidan en todo el arco vital, celebrando la vida ¡La longevidad!
Aquí enlace al libro en el que abordo la cuestión de longevidad junto con la sustentabilidad, la sociedad del conocimiento y la sociedad red