Hoy más que nunca nada queda lejos. Todo nos es íntimo y hay que tenerlo en cuenta en la cotidianidad. El aumento de la población mundial es punto de partida para hacerse una idea de lo mucho que crece la interrelación y con ello la necesidad de dar lugar a modos de ser-hacer más amables y sustentadores.
Es el 5to video de una serie en honor a Quino, con su personaje Mafalda. Esta vez compartiendo algunas pinceladas acerca de las implicancias de la complejidad creciente en la que vivimos, articulándolas con algunas de las tiras que Quino publicó en el año 1965, cuando la población mundial era de unos 3000 millones: una cuestión que desvelaba a Mafalda.
Vivimos en un sistema de sistemas: una arquitectura polisistémica en permanente reorganización. Múltiples sistemas imbricándose, interactuando unos con otros, transformándose unos en otros, transformándose a sí mismos y al todo: lo más pequeño y lo más grande.
Somos sistemas vivos, cerrados organizacionalmente y abiertos al entorno, forzosamente. En cada sinapsis de interacción hay una interinfluencia, que tiende a expresar patrones subyacentes a los que es preciso prestar atención.
A principios del siglo XX la población mundial era de unos pocos millones, ahora supera los 7000 millones, pero la interrelación resignifica las cifras.
En una conferencia ofrecida en 1994 bajo el título: “Una reconsideración de la teoría económica desde el punto de vista ecológico”, Charles François refirió que entre 1900 y 1960 la población de Estados Unidos aumentó un 80%, pero debido a la mayor densidad de interrelaciones, el crecimiento para ese período podría considerarse en 28 veces.
Desde 1960 a esta parte la población mundial se duplicó, pero si se tiene en cuenta la densidad de las interrelaciones, aun guardando una postura muy conservadora habría que considerar un crecimiento muy superior a los 100.000 millones. Sin duda es más. Todos los intercambios se multiplicaron y las organizaciones sociales también. La densidad de interrelación es actualmente significativamente superior a la de la década de los sesenta.
Aquí algunos parámetros: Según estadísticas oficiales de Naciones Unidas, en el año 1900 la población mundial era de unos 1500 millones, y en marzo del 2020 alcanzó 7800 millones. Dicho de otro modo, ahora las 10 ciudades más populosas del mundo tienen más habitantes de lo que tenía la Tierra a principios del siglo pasado.
El trayecto temporal es de 120 años después, pero en el interin se ha ido incrementando la densidad informacional, comunicacional, relacional e institucional, y en diferentes niveles: locales, regionales, planetarios y más allá. Sobre todo en los últimos 50 años, los últimos 30 años, los últimos 10 años, el último año. Esto equivale a un crecimiento superior a los 100.000millones.
Hay indicios contundentes de tal tendencia. Por ejemplo, debido a las cenizas del volcán islandés en Europa se suspendieron unos 18.000 vuelos diarios. La cantidad de personas directamente involucrada en tal cifra equivale a una ciudad, ni tan chica. Indirectamente son muchas más. Se puede estimar, pero no precisar. Debido a la intrincada red de interrelaciones, es imposible determinar los impactos de los eventos que se distribuyen por la red global de múltiples maneras y con diversidad de alcance temporal.
Por ejemplo, las flores producidas en algún país fuera de Europa, destinadas a ser despachadas a ese mercado en el lapso en el que las cenizas del volcán cubrieron el cielo europeo, difícilmente hayan podido reubicarse en tiempo útil. Sea cual sea la decisión tomada frente al hecho, sus consecuencias se extienden silenciosas, entretejiéndose con tantos otros aconteceres.
Los primeros vuelos intercontinentales tuvieron lugar hace menos de un siglo, cuando a nadie se le ocurría producir flores destinadas a embellecer las vidas y ambientes de otro continente. Sin duda, de haber sucedido hace 50 ó 100 años, los impactos de la erupción del volcán hubieran sido significativamente más acotados debido a la menor incidencia de factores asociados a la densidad de interrelación. Desde ya, El COVID responde a ese mismo principio.
En un mundo altamente entramado, cualquier pequeña acción puede, potencialmente, tener impactos insospechados, cerca o lejos en el tiempo y el espacio. Puede amplificarse enormemente, o puede quedar totalmente neutralizada, e incluso puede tomar un cariz distinto y hasta contrario a los propósitos originales que la impulsan. A esto Edgar Morin denomina “ecología de la acción”
Vivimos en un mundo con esas características, y en ese mundo de sistemas imbricados destacamos por nuestra capacidad de aprendizaje altamente autoecotransformante, y en esa capacidad late la esperanza. Bien vale propiciar procesos sinergéticos inclusivos y sustentadores en vistas a un horizonte promisorio con realidades tanto más amables.
Nos encontramos ante el desafío de recrear el futuro. Actualmente el aumento de la población se concentra en los que tienen más de 60 años. La longevidad es un hecho. Si queremos que sea una experiencia positiva para todos nosotros. Tenemos que apurar el paso para dar lugar a una sociedad creativa, aprendiente, amable, sustentadora de la vida.
Hay un potencial maravilloso. Sólo tenemos que aggiornar nuestros modos de ser-hacer en vistas a propiciar una buena larga vida. La longevidad no es cosa de viejos. La longevidad es contextual. Nos involucra a todos, a todes.
Adaptado del libro FUTURABLES sociedad creativa, economía amable