La educación está en crisis, como lo está la economía, la política, la sociedad toda. Hay demasiada enajenación en las miradas, ausencia en los quehaceres, vivencias huecas, desencuentros, poca celebración del corazón. Las necesidades más acuciantes pasan por el sentido de ser y de hacer, por eso la multidimensionalidad de la vida es algo por rescatar y preservar.
La escuela que hoy está en crisis nació en la Revolución Industrial: una pedagogía seriada, con parámetros fijos y homogeneizantes, a los fines de domesticar las inteligencias en vistas al mundo productivo de una época que ya es historia. En las realidades complejas y cambiantes que vivimos, la creatividad y la comprensión son esenciales, y contextualizar se vuelve cada vez más importante.
Interactuamos en un aula-sociedad donde todas las fronteras se han vuelto más difusas. Niños y adultos inquietos reclaman su derecho a ser protagonistas, osados investigadores y artistas creativos. Cada vez son más los que no aceptan ser pasivos destinatarios de contenidos. Para navegar las circunstancias disponemos de interesantes experiencias educativas en las que inspirarnos. Por ejemplo, la escuela de puertas abiertas creada por las hermanas Cossettini en un barrio de la ciudad de Rosario. Allí, en el entramado vivencial de maestros, estudiantes, padres y demás integrantes de la comunidad, los niños eran los protagonistas del aprendizaje.
Para Olga Cossettini el método era la actitud del maestro y el aprendizaje vivencia. Con excursiones y paseos se aprendía el entorno natural, se lo respiraba y admiraba. Correteando a la vera de los arroyos y bajo los sauces los conceptos encontraban cuerpo, forma, dimensión, sonido, olores y sabores. Los valores éticos se aprendían en el hacer y en ese hacer se ponían en juego la escritura, las matemáticas, la física, la realidad social: en funciones de teatro y danza, en exposiciones de ciencia, en un centro estudiantil cooperativo, en un periódico escolar y hasta en un coro de pájaros.
Cada quien encontraba dónde y cómo dar rienda suelta a sus intereses. Ciencia y arte se entrelazaban, la cultura era pujante, la complementación era una aventura, la solidaridad una realidad tangible, respetada. Había música en el alma, como la había en los recreos. En esa escuela se aprendía con la vivencia y para la vida. Era una escuela entramada e integradora. Ahora, a varias décadas de su cierre abrupto en el año 1949, la llaman “Escuela activa”. Olga Cossettini la llamaba “Escuela serena”. Sin duda, allí se aprendía haciendo y siendo. Mucho se ha complejizado la sociedad desde entonces; la trama es más densa; hay realidades nuevas.
Las TICs habilitan a la construcción sincrónica de conocimientos, con una concepción especial del tiempo y del espacio. Tienen el potencial de interrelacionar personas, organizaciones, transacciones, culturas, información y medios, renovando realidades personales y sociales, recreando tramas de maneras impensadas, planteando contextos en multitrama. Redes de redes. Redes virtuales y redes biosociales se entretejen, colonizan y metamorfosean constantemente a velocidades que nos exceden, ofreciéndonos horizontes ya promisorios, ya oscuros, siempre teñidos de una incertidumbre creciente que interpela nuestras capacidades personales y sociales.
En el escenario que transitamos se impone educar para la vida, en la vida, durante toda la vida. No hay otra manera de adaptarse activamente al entorno. Conlleva el desafío de superar el binomio tradicional con el que se concibe la acción didáctica. Estamos aprendiendo que ya no son necesarios dos sujetos para aprender y enseñar, lo que no quiere decir que con uno solo basta. Los seres humanos aprendemos y enseñamos todos, sobre distintas cuestiones, de muchas maneras, en diversidad de contextos y a cualquier edad. Hay tremendo potencial de aprendizaje. Una riqueza latente invita a explorar, en autoecoaprendizaje, generando condiciones para bienvivir la vida durante toda la vida.
La “Escuela Serena” ofrece claves de vida muy inspiradoras, comenzando por el nombre que Olga Cossetini le dio. La serenidad es una cualidad esencial, una actitud, una capacidad, un estado de ser, lúcido, ecuánime, plácido, calmo, tranquilo, pausado, relajado, libre de turbaciones, molestias y ruidos. Aporta vitalidad, confianza y fortaleza, siempre, en cualquier circunstancia, sea difícil o placentera. No sólo facilita el aprendizaje: nos facilita la vida
Hay personas que despiertan en nosotros esa cualidad, nos infunden confianza. Los ambientes tranquilos, agradables, cuidados también son propicios. La belleza de un paisaje puede despertar en nosotros esa cualidad. Hay muchas maneras de nutrirla y todos cultivamos alguna, aún sin darnos cuenta. Para cerrar, a continuación comparto una que me gusta mucho:
Mirar el cielo abierto, dejar que la mirada se abra a infinito, que la inmensidad se cuele hacia nuestro interior. La playa, la montaña, la llanura son ideales, pero una pequeña ventana al cielo es todo lo que se necesita, y si no hay eso, podemos imaginarlo, recordarlo. La serenidad está en nosotros. La serenidad está disponible, dentro y fuera, siempre muy cerca. Recordar es sintonizar, nutrir, propiciar, y está al alcance.
Este contenido está elaborado con un fragmento del Capítulo 8 del libro FUTURABLES sociedad creativa, economía amable.