La era del aprendizaje en la que estamos adentrándonos tiene un lugar especial para la complementación creativa entre los expertos y los amateurs esclarecidos. La mirada fresca, pero interesada, curiosa, inquieta, colmada de aspiraciones del no experto tiene mucho que ofrecer en la generación de conocimiento nuevo, porque aportan la vitalidad de quienes desconocen restricciones.
En la corriente principal se da excesiva importancia a los expertos, pero cuando se trata de cuestiones complejas, que es la mayoría, eso no alcanza. Mirar con mucho foco, sobre cualquier cuestión genera un cono de sombra necesario para profundizar, para ganar conocimiento especializado, pero cuando se trata de cuestiones complejas genera cegueras que conllevan limitantes.
Todos desplegamos una variedad de habilidades, conocimientos y saberes que exceden nuestras especialidades profesionales, las amplían y potencian, facilitándonos el desarrollo de una policompetencia cada vez más necesaria, además hay muchas maneras de abrir la perspectiva y complementar con la mirada de otros. Eso lo cambia todo: descubre matices, genera nuevas preguntas, agrega valor de maneras impensadas, y facilita la comprensión y el encuentro humano.
Un contexto que se complejiza impone una cuidadosa ecología de las ideas y de sus organizaciones, una apertura a la mirada de otros, la de los que piensan distinto, porque echará alguna luz al punto ciego de la nuestra. Es la mirada del niño ávido que abre posibilidad a una perspectiva enriquecida. La del investigador curioso y desinhibido que se mueve por allí con preguntas no siempre formuladas, siempre despierto en su interés. Se delata por sus ojos chispeantes, listo a departir con otros que comparten de alguna manera ese interés.
Hay “usurpadores” que no respetan las fronteras de los compartimentos disciplinares. Suelen deslizarse a través de ellas subrepticiamente a pesar de los guardianes, y como polinizadores de conocimiento fertilizan las flores que rezuman conocimiento nuevo, asegurando la vitalidad del aprendizaje. En todos los ámbitos, en todas las disciplinas, en todas las especialidades, el “amateur esclarecido”, como lo llama Edgar Morin, el que se aventura con interés genuino a un terreno que no es el “suyo” puede aportar vitalidad, porque desconoce los obstáculos y las restricciones con las que los especialistas leen el terreno. Conviene cultivar la cercanía de alguno. Mejor aún es entregarse al contagio, husmear en “campos” vecinos es saludable y puede resultar muy placentero.
Frente a los desafíos actuales, socioambientales, políticos y económicos es cada vez más necesaria una policompetencia compleja-vivencial capaz de articular conocimientos especializados, religándolos y recreándolos en el contexto, nutriendo una heterogeneidad pujante. Es preciso ecologizar las ideas, las disciplinas, los saberes y los quehaceres, situándolas en el medio donde nacen y acontecen, allí donde se esclerosan y/o metamorfosean al calor de las condiciones culturales y sociales. Es necesaria una apertura para no sucumbir, para disipar calladas angustias y poner proa a un horizonte promisorio.
El principio epistémico de la complementariedad subraya la incapacidad humana de agotar la realidad con una sola perspectiva. La descripción más rica se lograría al integrar en diversos “todos” coherentes los aportes de diferentes perspectivas personales, filosofías, métodos y disciplinas: multifacéticas imágenes, saberes y vislumbres de micromundos y macromundos, interpenetrados e interpenetrándose en una dinámica sin fin.
Muchos campos del conocimiento y ámbitos de acción pueden beneficiarse con la riqueza de esa complejidad vibrante. Cada quien puede expresar, solamente aquella red de relaciones conceptuales y vivenciales que interjuegan en sus particulares coordenadas biosocio-históricas: una red que lo atraviesa, contiene y vive, y se enriquece con el vibrar de sus valores, creencias, ideales, fines, necesidades, anhelos, temores…
Es así que el diálogo y la conversación son metodologías que ofrecen posibilidades de madurez y sabiduría. Permiten conocer y comprender las perspectivas de otros, en espacios intelectuales y vivenciales compartidos. Implican laboriosos esfuerzos y actitudes que cincelan la capacidad de encuentro humano. Son procesos de autoecoaprendizaje que, eventualmente, pueden florecer en la superación de una acuciante necesidad de tolerancia en este muy poblado planeta multicultural, y sin duda, también pueden dar lugar a mejores prácticas, perfumando así las vidas con miradas frescas y corazones agradecidos.
Vale aquí hacer mención a la diferencia entre el conocer y el comprender, una diferencia que está ligada al concepto de acción. En palabras de Pablo Navarro, en una disertación bajo el título “Cibernética, de la ciencia del control al control de la ciencia”:
“El fin de un acto de comprensión es determinar, efectuar, una acción…organizarla específicamente como tal acción o, lo que es lo mismo, concebirla como un tejido concreto de propósitos, medios y procedimientos para ser ejecutada por un sujeto dado. En ese sentido, la comprensión puede ser definida como un proceso de (re)organización de nuestras acciones…las acciones, cuando son consideradas, no como hechos, sino como actos, no son separables del sujeto actuante que las ejecuta.”
Dicho de otro modo, hay alguien “vivo” allí que comprende y actúa. La comprensión es vivencia.
Elaborado a partir de un fragmento del libro: FUTURABLES sociedad creativa, economía amable