La sinergia provee la facultad de integrar fuerzas opuestas y superar la fragmentación, resolviendo o disolviendo conflictos, e incluso evitando su aparición. Es una propensión que habilita a una irradiación positiva, que puede darse en el conjunto social, en grupos que lo integran, y en individuos de cualquier ámbito de actividad.
Jugar y representar tiene un poderoso efecto sinérgico. Aun cuando para jugar sigamos algunas reglas que guían la dinámica algo importante sucede para nosotros cuando podemos hacer pequeñas locuras, ser un otro que no somos todos los días, salir de lo habitual, explorar lo desconocido, dar rienda suelta a la imaginación, refrescar la mirada, nutrir la creatividad, desarrollar habilidades, y hasta liberar frustraciones viejas sin herir a nadie. Todos sabemos que jugar no pide más que ponernos a disposición para transitar modos diferentes y dar lugar a posibilidades nuevas, abriéndonos a la espontaneidad y la alegría, recreando nuestro ser-estar en el mundo.
En mi infancia lo más esperado del año eran los carnavales. Todo el pueblo los esperaba. Se daba un in crescendo de alegre locura colectiva que duraba días, en las calles había desfile de carrozas y en la noche de baile de disfraces el club del pueblo desbordaba. Era un gran concurso, había premios para las carrozas y para los disfraces. Los más divertidos eran los disfraces, porque el baile daba chance a que se adivinara quién los llevaba y los premiados estaban entre los que nadie podía adivinar. Cuando alguien lograba descifrar quién se ocultaba bajo los disfraces mejor logrados se hacía honor tanto al disfrazado como a quien había sido capaz de identificar a quien lo llevaba. La comidilla de comentarios seguía circulando por días entre parientes y amigos, y yo fui atesorando los que cosechaba con mi papel:
—No te había reconocido ¡eras vos ese loro amarillo!
Un piropo, porque el hablador que yo interpretaba había perdido sus mejores plumas antes de la medianoche.
—¡Me diste miedo haciendo de pirata con ese collar de calaveras llenas de sangre que tenías!
Las calaveras de yeso que había fabricado mi abuela eran impresionantes y ese año los halagos fueron muy merecidos, aunque la siguiente vez la odalisca con monedas de papel dorado en las caderas, que imité tan mal, también cosechó lo propio. Es que en carnaval cualquier mamarracho era festejado. Lo importante era participar, y siempre fue muy patente que cuando a alguien aquellas fiestas no le iban, más le valía callarlo:
—¡Ah ésa! siempre la misma amargada.
Las siestas carnavalescas tenían otras pruebas que daban pista. Se podía buscar a quien molestar tirándole bombitas de agua, y estaba muy claro que si a uno le tocaba en suerte ser el blanco aquello se convertía en un entrenamiento para la tolerancia: había que bancársela, so pena de convertirse en el destinatario preferido o en el amargado que se autoexcluía.
Era sabido que cuando la cosa amenazaba salirse de cauce se imponía otra regla, un límite infranqueable:
—¡Sin lastimar!
Aquel inofensivo desquicio colectivo siempre dejaba una energía que acercaba a la gente, sobre todo a quienes participaban y celebraban. No imagino algo así en una ciudad como Buenos Aires, pero se dan otras variantes. Por ejemplo, no faltó que a alguien alguna vez se le ocurriera recrear escaramuzas infantiles con una guerra de almohadas en los bosques de Palermo, para grandes y chicos. Sin duda, jugar abandonando límites renueva el cuerpo y el alma, invita a reír, a dejar ir, a disfrutar y a crear.
La sinergia también es un estado de ser. Instintivamente reconocemos la armonía de un ambiente en cuanto lo pisamos, y lo mismo pasa cuando nos encontramos con personas que irradian una energía refrescante, vitalizante. Como si fueran faros, hay quienes generan una resonancia positiva, amable. El “I Ching”, en el hexagrama 61, las describe así: “Si un sabio permanece en su habitación, sus pensamientos se oyen a más de mil kilómetros de distancia”. Esta afirmación tiene una profundidad que requiere de una exploración más acabada para comprender su alcance. Sin embargo, todos conocemos la diferencia entre una cara larga y otra genuinamente amable. Es indudable, la calidad de su estado es el componente esencial de lo que una persona irradia a cada momento, sea quien sea, haga lo que haga.
Hay juegos que facilitan abrir posibilidades nuevas al tiempo que cultivan nuestra liviandad y alegría. Sin duda, jugar es un recurso al alcance para renovar nuestro ser-estar en el mundo, irradiar amabilidad y desplegar creatividad, lo cual es un buen punto de partida para innovar.
Adaptado del Capítulo 11 del libro «Un CAMINO A LA ABUNDANCIA»