Actualmente vivimos por debajo de las posibilidades que nos ofrecen nuestros saberes, conocimientos y tecnologías. Nuestra visión es limitante. Los modos de sentipensar-hacer, en su mayoría, responden a patrones que se conformaron en épocas cuyos desafíos eran diferentes. La cultura de la corriente principal está desfasada con respecto a los desafíos de este tiempo. Hay evidencias por donde se mire.
El envejecimiento y la vejez son ejemplos contundentes. Nuestra especie, siendo tan inteligente, vive muy por debajo de su esperanza de vida biológica natural, que se estima en torno a los 120 años, y aunque la esperanza de vida aumentó considerablemente en los últimos cincuenta años, especialmente en los países con mayores ingresos per cápita, aún está lejos de cerrar la brecha con respecto a los parámetros biológicos. Esto es atribuible a los patrones culturales que subyacen a los modos de ser-hacer, e influyen en las diferentes dimensiones que configuran la edad de cada quien:
La dimensión cronológica cuenta la cantidad de años calendario. Se podría decir cada quien cuenta en su haber, los haya celebrado o no. Cronos marca ritmos constantes, medidos en días, semanas, meses y años. Nada podemos hacer respecto a su ritmo impasible.
La dimensión biológica es la edad que realmente tiene nuestro organismo y puede ser mayor o menor que la edad cronológica. Da cuenta del particular ritmo de envejecimiento, influenciado por el modo de vida, las formas de sentir, pensar y ser, además de la herencia genética de cada quien.
La dimensión psicológica emerge de nuestras vivencias y actitudes, del grado de satisfacción que tenemos en la vida, de cómo cada quien se ve a sí mismo y al mundo que lo rodea. Surge de la particular manera de ser y de relacionarnos. Las vivencias se “leen” en el cuerpo, en las actitudes y comportamientos: ¿Quién no conoce viejitos entusiastas y vitales que despiertan admiración y hasta sana envidia? ¿O personas de cualquier edad que van por la vida como pidiendo permiso?
La dimensión social habla de la percepción que impera en la sociedad con respecto a la edad. En un mundo donde reina un culto extremo y patológico a la juventud, envejecer no es fácil, la apariencia cuenta y con ella la mirada social impone una edad.
Es notable que la edad de referencia en la corriente principal es la cronológica, ligada a una perspectiva mecanicista, fragmentada y ajena a los ritmos y ciclos y movimientos de la vida, que son primordiales e inherentes a la naturaleza, a la vida que pulsa en nosotros, sin responder nunca a parámetros fijos, sino más bien a los cambios vitales que suceden en íntima sintonía con el medio ambiente natural, local, planetario y cósmico. Reencontrar esa sintonía nos es vital y depende de nosotros, individual y colectivamente.
En nuestra sociedad aún prevalecen las dinámicas de la era industrial. La economía imperante ha adoptado prácticas de obsolescencia programada que incluye a las personas, omitiendo su innata y vitalicia capacidad de aprendizaje. Sin embargo, los patrones de creencias vienen transformándose, abriendo posibilidades nuevas. Más allá de la percepción social que imprime el contexto, hay longevos que cultivan actitudes que les aseguran el protagonismo de sus propias vidas. Disfrutan del lugar que les corresponde en su entorno social y cuentan con el respeto de los demás. Tales logros son los ingredientes para una longevidad saludable y la profunda transformación de patrones culturales que corresponden a este cambio de época.
Ahora, cuando se ingresa a la década de los cincuenta se considera que comienza la segunda mitad de la vida. Esta lectura está más línea con los patrones de envejecimiento biológico de las especies más próximas a la humana. En la nueva configuración, la edad cronológica es sólo un factor más a considerar en muchas cuestiones. Por ejemplo, en las dolencias psicofísicas, ya que se constata que muchas enfermedades que antes se consideraban “de viejos” ahora ya no lo son, sino que responden a muchos otros factores. Queda mucho por conocer y gestionar acerca de cómo vivir más y mejor, tanto a nivel personal como social. Se está conformando una sociedad inédita, no sólo porque la proporción de adultos longevos aumenta, sino porque van a tener características muy diferentes a las conocidas ¿Nos estamos preparando para ello?
Es preciso cuestionar muchos conceptos para dar lugar a una cultura sustentadora de la vida. Entre ellos se cuentan el envejecimiento y la vejez. Diversidad de factores se conjugan en un extenso buen vivir. La presencia de determinados genes favorece la longevidad, así como lo hacen los hábitos de las personas y el favorable contexto social. Es sabido que el ejercicio físico y mental, una dieta rica en frutas y baja en grasas, siempre frugal es tan importante como la valoración social de los mayores, además de un sustento económico adecuado. La longevidad asociada a una vida más plena, saludable y feliz, se irá instalando a medida que se logre avanzar en ese sentido.
Si queremos dar lugar a una sociedad amable, creativa y sustentadora, es clave otorgar buen lugar a la costumbre ancestral de honrar la sabiduría de los mayores, al origen, al legado vivo de una vida vivida a la luz de una visión promisoria. La experiencia de vida es una fuente de generación de valor, que la sociedad industrial-mecanicista desestimó porque no encaja en su concepción del mundo. La economía clásica ha determinado la obsolescencia de las personas, desconociendo que las personas somos capaces de desarrollar habilidades y aprender a cualquier edad y de contribuir durante todo el arco vital, hasta el momento del último aliento y aún más allá.
Hay mucho por aprender y recrear en nuestra sociedad. Es más que la edad cronológica. Es más que los inadecuados y frágiles sistemas jubilatorios. Es valorizar lo humano en lo humano. Es reconocer la creatividad infinita, poniéndola a buen uso para que cada quien pueda desarrollar su potencial y bienvivir la vida durante toda la vida. Seamos protagonistas de lo promisorio.
Adaptado del Capítulo 6 del libro Un camino a la abundancia