Resquicios es una palabra que me gusta. Denota algo que la marea avasallante no pudo aplastar, quizá porque naturalmente los resquicios son difíciles de ver para quienes no miran con atención. Casi invisibles para los que no los buscan, esos espacios son tesoros para quienes aprecian lo que puede haber en ellos. Los hay de muchos tipos. En todos hay algo que puede tener una fuerza insospechada. Suelen estar muy cerca, tan cerca que los encontramos aún sin buscarlos. Si somos tan afortunados, lo único que necesitamos es reconocerlos. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que reconocerlos es el secreto para que se multipliquen más y más.
Algo mágico se produce cuando podemos reconocer los resquicios que se nos regalan: una alquimia incomprensible sucede y la vida cambia por completo. Entonces ocurre algo misterioso y contundente: sin buscar encontramos colores brillantes, palabras risueñas, melodías asombrosas. Tengo la convicción de que la vida ofrece muchas oportunidades así, y por razones que no alcanzo a comprender sé que a veces podemos tomarlas y otras no. Ser receptivo es un arte nada fácil. Es una práctica necesaria para poder asir lo que se presenta.
Toda la magia posible, que es infinita, está fuera del alcance de la voluntad. Es más bien una cuestión de apertura del corazón. Al parecer, reside justo un poco más allá, un infinitésimo más allá, quizá ni siquiera más allá. Al parecer reside en una delicada línea de frontera imposible de determinar, un punto de encuentro entre la voluntad y la revelación. Eso que algunos llaman estado de gracia. En esa indefinible línea, se abre el espacio sutil donde la vida se torna generosa, tropical, intensa.
Cuando nuestro itinerario transita ese meridiano podemos celebrar. Entonces, lo que nos une se hace presente en múltiples matices: encontramos personas que llegan a nuestro corazón, delicadamente, y con sus palabras lo abren con la mayor suavidad, hacen que se sienta vivo y actualizan lo que está escrito en él. Reaparecen alegrías que parecían olvidadas, afloran dolores que estaban bien guardados y reviven sentimientos que habían quedado soslayados.
Esas personas son tesoros. Todos tenemos a alguna de ellas cerca. En mi vida, como en la de todos, también están esas otras presencias que aportan lo suyo de una manera bien diferente. Aportan algo importante porque nos confrontan y obligan a recapitular una y otra vez. Nos hacen transitar lugares oscuros y fríos, nos enseñan a cuidar nuestros valores, nos intiman a apelar a nuestros mejores recursos con todas las fuerzas. Por todo eso, ellas son valiosas también.
¿Cómo ser sin los otros? Son tantos los que viven en mí de tantas maneras distintas. Innumerables seres circulan en nuestras vidas y le dan sentido. A todos hay que agradecer, a cada uno por su particular matiz. A cada cual hay que dar el lugar que le corresponde. Con todos, siempre es preciso estar atento para no confundir. Así es como podemos elegir bien, vivir despiertos y en abundancia ¿Es así?
Del libro “UN CAMINO A LA ABUNDANCIA” – Epílogo