Un buen nuevo comienzo es lo que necesitamos como humanidad, recreándonos para estar en buena sintonía con nosotros mismos y nuestro mundo. El tiempo de reclusión, impuesto a la mayor parte de la humanidad dieron oportunidad a la necesaria interiorización y a la reflexión. Contundente, este año la promesa de Pascuas se ha presentado con nosotros incubando nuestro nuevo comienzo. La esperanza está.
Nos vemos desafiados en nuestros modos de pensar, de sentir, de ser, de hacer, y ese desafío implica crecer en el ejercicio de una autoecoética, en nuestra capacidad de cuidarnos, cuidando al entorno, cercano y lejano. El COVID nos lo está imponiendo, pero va mucho más allá. Es hora de comprender, de explorar las muchas facetas que tiene la amabilidad, que es “amor en acción”, no sólo en los pequeños gestos que tenemos los unos con los otros, sino en las formas en las que nos organizamos en todos los ámbitos de actividad, a nivel de las organizaciones, las instituciones, emprendimientos de todo tipo.
La propuesta es pasar de pérdida de sustentabilidad integral: política, económica, social, biológica a generarla para lograr una sociedad sustentadora de la vida, con una multiculturalidad capaz de superar los desafíos actuales poniendo en juego conocimientos ya disponibles, creativamente. Implicaría atravesar el umbral a una sociedad del conocimiento, del aprendizaje. Significa que nos involucra a todos y cada uno, y aquí radica el mayor de los desafíos. Para por cuestionar y transformar creencias profundas, por ampliar consciencia. Un cambio a ese nivel siempre genera cambio en los modos de ser-hacer, que donde tenemos que cambiar y venimos intentando.
Para nutrir la reflexión elegí compartir extractos de mi libro: TENUES HILOS entretejen vidas, traman destinos, acerca de las ecocondiciones amables:
“Nuestras vidas se entrelazan más de lo que podemos ver en la unidad-diversidad que somos. La vida nos vive mientras nosotros vivimos la vida. Somos partícipes de una trama biológica y social que reúne incontables generaciones.
Nuestro sustento vital —multidimensional— se genera en la gran trama de vida: alimento, vestimenta, techo, afectos, habilidades, conocimientos, aspiraciones, sentimientos, creencias y anhelos profundos reverberan allí, recreándose constantemente en una espiral evolutiva. Múltiples costos emergen de una trama poco amable.
Es difícil llevar una buena vida en una sociedad que no provee las condiciones que la favorezcan, aunque es posible y ha sucedido infinidad de veces … la vida cotidiana es tanto más fácil cuando la amabilidad es un rasgo muy presente en las personas y en las organizaciones con las que interactuamos. Es la diferencia que hace la diferencia a través de ecocondiciones amables.
Las ecocondiciones se crean en las múltiples interacciones que ocurren a diario en el ecosistema social, generando patrones que facilitan o dificultan la realización personal en un interjuego individuo-sistema social … la felicidad, en el sentido de contentamiento profundo, conlleva una cierta consciencia de la solidaridad irrenunciable que nos une a millones de seres. La felicidad está ligada a una genuina amabilidad.
Las necesidades personales bullen en un interjuego constante y situacional donde emergen, se disuelven, se satisfacen o bien, perduran y se multiplican produciendo insatisfacción, preocupación y angustia.La felicidad es satisfacción. Es la vivencia de una persona que tiende a sentirse satisfecha, para quien la plenitud se ha vuelto un estado familiar y las deficiencias ocupan un lugar secundario que logra satisfacer en su trama de pertenencia.
En una vida plena, feliz, hay satisfacción, sea porque la necesidad se disuelve o porque se satisface. En ese sentido, sea que ello provenga desde el entorno o desde el fuero interno personal, comporta una autoecointeracción, la cual si es beneficiosa propicia una autoecosatisfacción. En cierta manera, lo que damos, nos damos. Damos lo que somos. Somos lo que recibimos, generamos y damos.
El mundo interior y exterior, en conjunto inseparable, ofrece constancia viva de cómo hemos podido desarrollarnos como ser humano y como sociedad. La capacidad de ser feliz tiene una fuerte impronta cultural: los patrones culturales, las creencias y valores dan forma a nuestro mundo personal y social, expresan el grado de desarrollo de nuestra consciencia de interdependencia, de solidaridad, de genuina amabilidad autoecosistémica.
Aquí algunas preguntas orientadoras para reconocer lo que propicia la cultura en la que abrevamos: ¿Qué tipo de experiencias son las que tiñen nuestra cotidianeidad? ¿Son satisfactorias? ¿Hay carencias? ¿Vacíos? ¿Cómo es nuestro entorno familiar y social? ¿Cuáles son los temas que se destacan y generan atención? ¿Cómo se abordan y atienden? Es fácil gestionar la cotidianeidad? Es decir: ¿Se nos facilita la vida con ecocondiciones amables?”