En tiempo de cuarentena viene muy bien reflexionar sobre los desafíos que navegamos, individual y colectivamente, y para eso una buena historia es siempre provocadora y nutricia, aquí les comparto mi versión, más corta, de “El nuevo traje del Rey, de Hans Christian Andersen junto con algunas de las reflexiones que me provoca. Aquí va:

Había una vez un emperador tan aficionado a los trajes que pasaba horas y horas en su vestidor. Con el tiempo se volvió famoso por su afición, incluso más allá de su reino, ya que era obvio que tomaba toda oportunidad para lucir sus costosos trajes.

Un día llegaron a la capital dos magos haciendo correr la voz sobre su particular habilidad. Eran capaces de realizar unos riquísimos géneros con una cualidad maravillosa: los  trajes que se hicieran con ellos tendrían la cualidad de volverse invisibles a todos aquellos que no fueran aptos para su oficio, o fueran inusualmente estúpidos.

El Emperador pensó:

¿Incompetentes? ¿Inusualmente estúpidos? ¡Oh! ¡Sería el traje ideal para mí! Podría descubrir quiénes son aptos para sus puestos y quienes no! ¡Podría distinguir los sabios de los tontos!

Inmediatamente hizo llamar a esos magos, procediendo a pagarles una gran suma de dinero para obtener aquél magnifico género. Ellos inmediatamente instalaron dos telares en una habitación del palacio adonde el Rey envió grandes cantidades de la más fina seda y el más puro hilo de oro.

Al día siguiente quiso saber cómo avanzaba la obra pero no se atrevía a ir él mismo, de modo que envió a su más honesto y antiguo consejero. 

El viejo ministro, bien dispuesto a cumplir sus órdenes inmediatamente fue a inspeccionar el trabajo, pero al entrar a la sala casi pierde sus gafas.

¡Dios mío! No veo nada en los telares pensó alarmado, pero se guardó bien de decirlo.

Los magos le rogaron que se acercara a los telares para apreciar su trabajo. El ministro así lo hizo, mirando a través de sus gafas se acercó y se acercó entrando en pánico. 

¿Es que soy tonto y no lo sabía?

Al rato, tomo un respiro y dijo:  

¡Una trama extraordinaria! ¡Qué colores!   

Entonces los magos con todo orgullo abundaron en explicaciones sobre la trama, los hilos y la mezcla de colores, mientras el Ministro prestaba su mayor atención para luego reportarlo todo acabadamente

El Emperador muy complacido siguió enviando a todos sus ministros, empezando por sus más confiables consejeros. Pronto la ciudad entera no hablaba más que del espléndido género y la ansiedad por darle una mirada, aunque más no fuera desde lejos crecía con cada nuevo detalle que circulaba.

Finalmente, el propio Rey fue a inspeccionar el género rodeado por sus consejeros  que lo describían con orgullo:

Mire Su Majestad! ¡La trama! ¡Los colores! ¡Nunca visto!

Él mismo no pudo verlo, pero al asentir con admiración sus consejeros sugirieron que en ocasión de una gran procesión que se avecinaba el Rey estrenara un traje hecho con este maravilloso género, y así lo decidió.

Entonces los magos se pusieron a la tarea de confeccionarlo, trabajando día y noche, y cuando llegó el gran día ellos mismos vistieron al Rey, asegurándose de que todo estuviera perfecto: pantalón, abrigo y manto, y mientras lo vestían le explicaban:  

Vea Su Majestad, estas piezas son tan ligeras y suaves… como una telaraña. Uno casi pensaría que no lleva nada, pero justamente esa sensación es lo que las hace tan finas, únicas.

¡Exactamente! Exclamaron los nobles consejeros, como si en realidad pudieran apreciarlo.

Cuando el ministro de procesiones públicas anunció que el dosel estaba esperando afuera, el Emperador dio una última mirada al espejo, y luego procedió a comenzar la procesión bajo su espléndido dosel.

Todo el mundo en las calles y en las ventanas decía:

Oh! ¡Qué fino es el nuevo traje del Emperador! ¡Le queda a la perfección!

Ningún traje que el Emperador haya usado alguna vez fue un éxito tan completo. No, hasta que un niño exclamó: 

Pero no tiene nada puesto…

A lo que su padre rápidamente replicó:  

Vean… ¡Qué inocente!

Pero una persona que lo había escuchado susurró a otra lo que el niño acababa de decir:

No tiene nada puesto… un niño dice que no tiene nada puesto.

Un momento después toda la ciudad gritó:

¡¡¡No tiene nada puesto!!!

El emperador tembló sospechando que era cierto, pero pensó:

Esta procesión tiene que continuar… y así prosiguió más orgulloso que nunca mientras los nobles mantenían en alto el manto que no estaba allí en absoluto.

Esta historia espeja nuestras debilidades. Si no estamos lo suficientemente atentos fácilmente podemos asumir cualquiera de los roles que aparecen allí en diferentes momentos y circunstancias: el rey, los consejeros, la muchedumbre, el niño. En cuanto a los impostores, es una cuestión más compleja aún, porque podemos pensar que ese rol responde a una decisión consciente y perversa, en plan de engaño. Sin embargo, ese rol puede ser asumido por nuestras propias creencias profundas.

No son pocas las cegueras y negaciones que derivan de nuestra cultura personal y social. Es el caso de los delicados desafíos que enfrenta la humanidad actualmente. Por ejemplo, la cuestión de la sustentabilidad y la pérdida de biodiversidad a nivel biológico, en donde bien se puede incluir el COVID19 como una advertencia contundente; otro nada menor, en el nivel financiero, es la tendencia a crear burbujas, de un modo que además aumenta la concentración de riqueza en pocas manos, a través de ingenierías financieras, legales y fiscales.

Más sorprendente aún es que se dispone de conocimientos suficientes para abordar estas cuestiones de manera superadora, nutriendo la emergencia de una Sociedad basada en el Conocimiento, capaz no sólo de lograr sustentabilidad, sino prosperidad. Una sociedad capaz de apoyar el desarrollo de nuestro potencial humano, individual y colectivo, está dentro de las posibilidades en juego aunque lo consideremos improbable. Sin duda, hay un proceso evolutivo en el cual tenemos un rol protagónico.

Despejar cegueras y aprovechar conocimiento, experiencia y sabiduría, ahora más disponibles que nunca, es una clave para avanzar en buena dirección, para dar lugar a lo que llamo una Economía AMABLE, sustentadora de la vida. Aprender y contribuir durante toda la vida es esencial para la emergencia de una sociedad capaz de crear abundancia a partir de la abundancia, desde ya con una Economía AMABLE con las personas y el medio ambiente.

¿Qué piensan de esto? ¿Cuáles son las posibilidades que ven al alcance? ¿Cómo abrimos las puertas a las mejores realidades a nivel personal y colectivo?

El nuevo traje del REY