«La economía es la ciencia social matemáticamente más avanzada y humanamente más atrasada, pues se ha abstraído de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas, ecológicas inseparables de las actividades económicas. Por ello sus expertos son cada vez más incapaces de interpretar las causas y consecuencias de las perturbaciones monetarias y bursátiles, de prever y predecir el curso económico, incluso a corto plazo. De pronto, la incompetencia de la economía se convierte en la principal problemática de la economía».
Edgar Morin

La economía espeja nuestra forma de interpretar el mundo: como seres separados de la naturaleza y de los congéneres cercanos y lejanos, de los otros. Por eso los negocios de las armas y de las drogas son los más rentables y los más importantes en cifras, figuren o no en los Productos Brutos Nacionales. Por eso las desigualdades crecen, el ambiente se deteriora, y la vida está en riesgo: la de la especie humana.
No es extraño que la economía sea la ciencia social humanamente más atrasada: paradigma es principio de acción, se actúa como se piensa el mundo, como se cree que es. Participamos del gran concierto de la vida junto con otros millones de seres vivos que habitan en el planeta. Somos parte de la intrincada red, en estrecha interdependencia, en comunidad de origen y de destino, pero no lo creemos.

La economía es punta de iceberg de un sistema de paradigmas en crisis, del desafío humano que aumenta decibeles día a día con la incertidumbre del desenlace. Las cegueras paradigmáticas nos han puesto en riesgo de suicidio colectivo. Especie arrogante encandilada de ciencia, hace demasiado que creemos que la naturaleza nos es ajena y que está a nuestro servicio; y hasta podemos conceder que sea así, pero nos constituye íntimamente y es nuestro sustento.

Hemos industrializado la vida, la hemos vejado, pero ella nos excede largamente: millones de organismos habitan en nuestros cuerpos, y millones más a nuestro alrededor. La vida es una propiedad del planeta: no podemos apropiárnosla. Ella no nos necesita: tiene probada vocación por la novedad y por su continuidad. En cambio, podemos aprender sus principios y respetarlos en un sentirpensar-hacer capaz de religar lo que se ha separado. Hacerlo sería pasar del valor moneda al valor vida. Es lo que nos interesa a las personas: la calidad de las vivencias ¿A quién le importa otra cosa?

«Los nuevos conocimientos que nos hacen descubrir la Tierra-Patria, la Tierra-Gaia, la biósfera, el lugar de la Tierra en el cosmos, no tienen sentido alguno mientras permanezcan separados unos de otros. Repitámoslo: la Tierra no es la adición de un planeta físico, más la biosfera, más la humanidad. La Tierra es una totalidad compleja física/biológica/antropológica donde la vida es una emergencia de la historia de la vida de la Tierra y el hombre una emergencia de la vida terrestre» dice Edgar Morin en Los Siete Saberes Necesarios en la Educación del Futuro. Despertemos y demos vida a una nueva ciencia y a una nueva humanidad, una capaz de celebrar el convivir en el incesante concierto que reverbera bajo la luz de un mismo sol, de una misma luna, de un mismo cielo infinito.

Una huella importante

La extralimitación significa que el planeta ya no alcanza para sustentar a la humanidad en las condiciones actuales de degradación y uso. Alertas las hubo muchas, información hay. Cumbres mundiales, acuerdos internacionales, estudios, indicadores, pero la traducción a la acción dista de ser una respuesta social mundial a la altura del desafío. En el mejor de los casos hay un desfase importante, una enorme inercia por superar.

El informe Meadows instaló el debate en la década del setenta. Señaló la extralimitación: energía, alimentos, recursos, población, contaminación, pero no consiguió su objetivo. Treinta años después insiste: la extralimitación es un hecho. «La sostenibilidad es un concepto ajeno a nuestra actual cultura obsesionada con el crecimiento…la mayoría apoya las políticas orientadas en ese sentido porque creen que les reportará un bienestar cada vez mayor» expresan Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows en Los Límites al crecimiento – 30 años después.

En 1997 se popularizó la huella ecológica como un indicador que relaciona la demanda de la humanidad con respecto a la bio-capacidad del planeta: capacidad que fue sobrepasada a finales de la década del 80. La huella de la humanidad en su conjunto actualmente supera en un 30% la bio-capacidad del planeta, y de no haber cambios sustanciales para el 2050 se necesitarán dos planetas. Por supuesto, hay gran variedad de huellas, y son los países con mayores ingresos los que imprimen mayor demanda: las de algunos países ―hoy― ya requieren varios planetas para mantener sus estilos de vida.

El nuevo milenio dio a luz al Índice Planeta Feliz: interrelaciona satisfacción y esperanza de vida humana con la eficiencia ecológica con la que se generan, y en un horizonte de largo plazo. En un mundo con países ricos asociados a huellas ecológicas aplastantes y países pobres asociados a huellas chicas no sorprende la conclusión general: todos los países tienen mejoras por hacer, en la gestión humana y en la gestión ambiental para alcanzar una mayor felicidad y longevidad.

Las estructuras sociales, culturales y políticas que apoyan una intensa vida en comunidad y los sistemas políticos democráticos se asocian fuertemente a la satisfacción de vida ―en todas las naciones―. Tienen que poder confluir ―en el hacer― con formas amables con medio ambiente natural. Una nueva sociedad con una nueva economía. Es preciso transformar creencias nodales del sistema de pensamiento vigente: paradigma es la huella en la que descansa el desafío.

Salir del Titanic

Ponernos sobre la línea de flote rumbo a la convivencia en el gran concierto de la vida es lo que llaman sustentabilidad. ¿Cómo innovar un sistema globalizado que acusa tanta inercia? ¿Dónde apalancar cambios conducentes?
Enfrentamos desafíos para los que la ciencia especializada no tiene respuestas. Corresponden a la última prescripción metodológica cartesiana que era recomponer la totalidad después del estudio de las partes, esto que suele llamarse ahora reduccionismo. A decir verdad, Descartes no explicó cómo se debía efectuar esta reconstrucción. Mientras tanto, los efectos de su primera prescripción, el estudio de las partes, fueron tan extraordinariamente exitosos en sí mismos que ya nadie se preocupó mucho de las totalidades complejas .

Hemos desarticulado el mundo y ahora nos vemos en problemas. El todo no es la suma de las partes: tiene múltiples dimensiones, inter-retroacciones, interdependencias y una coherencia que las expresa. Siempre hay más de lo que parece. «Durante muchos años, ello no se ha percibido porque en el mundo de los artefactos que hemos creado, somos capaces de armar sistemas complejos artificiales al crear nosotros mismos las coherencias que deseamos. Pensemos, por ejemplo, en la complejidad armada de un avión. Tanto en la desarticulación de lo natural como en la articulación de lo artificial, nos hallamos curiosamente inconscientes de la existencia o del carácter esencial de la necesidad de las interrelaciones e interacciones» señala Charles François en “La sistémica como visión de la realidad”.

Somos presos de nuestra visión del mundo, de nuestro sistema de paradigmas. Pero, los sistemas cambian, lo hacen en sus interacciones, y los cambios se generan desde los lugares más impensados ―siempre marginales― aunque surjan en el centro mismo del sistema establecido.
En la tríada individuo-sociedad-especie es donde se juegan las interacciones relevantes para las trasformaciones necesarias hoy.

Las personas nacemos y crecemos en grupo: familia, comunidad, nación. La sociedad que trasciende al individuo y que cambia con-por él permite su desarrollo y le otorga sentido de pertenencia, contención y límite. Ambas son expresión de la especie, de su particularidad: seres culturales, capaces de reflexionar, de generar múltiples conocimientos y de comunicarlos, de transformarlos cambiando realidades.

Encrucijada evolutiva

Somos una especie que ha llegado a una encrucijada evolutiva: es preciso anclar la idea de unidad y de diversidad humana, respetarlas y nutrirlas y nutrirse en ellas a lo largo y lo ancho del planeta en el que convivimos. Para comprender nuestra condición y la de nuestro mundo es preciso conocer cómo ingresamos a la era planetaria, cómo dejamos de vivir en aldeas dispersas por los distintos continentes prácticamente aisladas unas de otras.

«Una nueva historia comenzó con Colón y Vasco Da Gama, esta nueva historia es la era planetaria y tendrá el impulso de dos hélices que motorizarán dos mundializaciones simultáneamente unidas y antagónicas. La mundialización de la dominación, colonización y expansión de Occidente y la mundialización de las ideas que en el futuro se las comprenderá como las ideas humanistas, emancipadoras, internacionalistas, portadoras de una conciencia común de la humanidad» señalan Morin, Motta y Ciurana en Educar en la Era Planetaria.

La primera comenzó con la política colonial y hoy se manifiesta como hegemonía económica, financiera y tecnocrática. La segunda comenzó con una autocrítica desde dentro de la primera, con voces como las de Bartolomé de las Casas, y hoy se manifiesta como un malestar social generalizado y en iniciativas que promueven la conciencia ecológica y solidaria; es una corriente que puede llevar a la Sociedad Mundo si la coherencia de sus propuestas y la dinámica de sus movimientos son lo suficientemente fuertes.

La tríada individuo-sociedad-especie nos dice que somos parte del gran concierto de la vida: el ecosistema planetario. «Debemos inscribir en nosotros la conciencia antropológica que reconoce nuestra unidad en nuestra diversidad, la conciencia ecológica, es decir la conciencia de habitar con todos los seres mortales una misma esfera viviente (biósfera)…la conciencia cívica terrenal de responsabilidad y solidaridad para los hijos de la Tierra y la conciencia espiritual de la humana condición, que viene del ejercicio complejo del pensamiento y que nos permite a la vez criticarnos mutuamente, auto-criticarnos y comprendernos los unos a los otros» dice Morin en  Los Siete Saberes Necesarios en la Educación del Futuro.

No somos seres escindidos. Es preciso reconocer la unidad subyacente y reflejar ese reconocimiento en la acción: encrucijada evolutiva que implica transformar la especie humana en verdadera humanidad. «Comprobamos la inseparabilidad de los problemas, su carácter circular, dependiendo todos unos de otros, lo que hace que la reforma de pensamiento sea mucho más difícil, y al mismo tiempo, mucho más necesaria, puesto que sólo un pensamiento complejo podrá considerar y tratar esa circularidad interdependiente. La reforma del pensamiento es un problema antropológico clave. Implica una revolución mental más considerable aún que la revolución copernicana. Nunca en la historia de la humanidad han sido tan abrumadoras las responsabilidades del pensamiento. El corazón de la tragedia está también en el pensamiento» expresan Morin y Kern en Tierra Patria.

La unidad subyacente es innegable. Fácilmente reconocible desde lo vivencial y lo espiritual, con una mínima apertura intelectual y con ese reconocimiento se abre la posibilidad para recrear el pensamiento profundo del que se nutre la producción de conocimientos, los modos de sentipensar hacer y las realidades cotidianas. Con ese saber y los conocimientos ya disponibles la economía puede recrearse de modos altamente beneficiosos, como expresión de una cultura en donde haciendo menos se genera más: una economía amable con las personas y el medio ambiente. Una ciencia de la abundancia.

Sin duda, con otro pensamiento la economía puede dejar de ser la ciencia de la escasez y transformarse en la ciencia de la abundancia: nuevos paisajes y mejores realidades resultarían.

El presente artículo deriva del Ensayo integrador «Economía Amable, Sociedad Creativa» del Diplomado en Pedagogía compleja, Multiversidad Mundo Real 2010

Economía: la ciencia más atrasada