En la intrincada red de vida hay un lugar para cada quien, y nos guste o no, ese lugar representa el desafío irrenunciable de asumir responsabilidad por cada pequeño acto. La complejidad creciente del mundo actual invita a abrazarla con toda la fuerza. La trama actual es densa, al punto que casi todo, o incluso todo, nos es tremendamente íntimo de maneras insospechadas.
Las vivencias y conocimientos de generaciones son huellas vivas en el presente: hay algo antiguo que está presente hoy y que estará mañana. Está en las memorias, patrones y dinámicas de interrelación que expresan lo aprendido y lo por aprender. Modificamos la trama que nos constituye y contiene, con nuestra cotidiana participación, ofreciendo legados en cada pensamiento, sentimiento, respiración, interacción: la calidad de nuestro legado importa y mucho, porque configura realidades y horizontes personales y sociales, locales y planetarios. Está a la vista, inocultable.
El conocimiento imprescindible es aquél que reconoce la inseparabilidad persona-sociedad-planeta-cosmos y propicia una sociedad planetaria capaz de generar beneficios sustentables. Un tal conocimiento garantiza tanto la efectividad de la acción en el mundo como la afectividad entre los seres, el sentimiento de unión; y por ende se orienta a configurar una realidad amable.
Los afectos y la afectividad no son ni medibles, ni mercantilizables, pero inciden en la cotidianeidad en toda actividad humana, también en la económica. Los sentimientos tiñen los pensamientos y quehaceres con grandezas y miserias, a cada momento en cada latido en millones de corazones.
¿Quién puede pensar seriamente que no inciden en la economía o en la política? Sin embargo, al no saber qué hacer con los sentimientos, el paradigma imperante se debate en un dilema efectividad-afectividad e imprime múltiples tensiones que corroen el sentido del quehacer y del convivir, y con ello destruye valor.
La sociedad es intertransgeneracional, y por tal motivo el corto plazo tiene que tener en cuenta el largo plazo. Lamentablemente, la economía y la política están en función de la inmediatez: hay que mostrar gestión y resultados cuanto antes. Entonces la mirada y la acción, se torna miope e incluso ciega en vistas al horizonte ¿A quién le importa lo que será en unas décadas o siglos?
A la mayoría no le importa. Unos, porque creen que no tiene mayor importancia. Otros, porque creen que no estarán, o esperan haber acaparado mucho más de lo que necesitarán para ese entonces. Lo uno y lo otro evidencian los paradigmas y valores dominantes, que se expresan en las dinámicas de interacción social y configuran las realidades personales y sociales. La mayoría, no tiene idea de cómo lo que será mañana tiene que ver con los modos en que se entretejen los hilos de su propia vida personal en un contexto amplio, momento a momento: somos seres sociales interdependientes, mucho más de lo que parece.
Una sociedad que busca beneficios sustentables en el tiempo: para los jóvenes y viejos, para hombres y mujeres, en un arco espacio-temporal amplio, promueve estructuras de interacción político-económica aptas y favorables a ese fin. Al hacerlo así, el horizonte se vuelve más promisorio y el presente más amable, momento a momento.
Entre la visión futura y el presente se crean las realidades en la gran trama en la que participamos, así como el sentido de ser-estar en el mundo de todos y de cada uno.
La educación en valores que necesitamos es la de copropiciar y cogestionar una organización político-cultural, que habilite la práctica sostenida de, por ejemplo, los clásicos conceptos de “bondad, verdad y belleza”, o de algún otro conjunto que exprese un sentimiento de solidaridad humana, amplia e inclusiva, del cual podamos dar cuenta desde la vivencia.
Miguel Martínez Miguelez afirma: “El científico está convencido de que lo que demuestra “científicamente” constituye la verdad más firme y sólida. El filósofo piensa lo mismo, cuando su razonamiento es “filosóficamente” lógico e inobjetable. Y el artista cree firmemente que, con su obra de arte, ha captado la esencia de la compleja realidad que vive.” Cada quien, en la miríada de quehaceres cotidianos, en la multiplicidad de roles político-sociales, tiene oportunidad de participar con la plenitud de su consciencia, dejando que ella ilumine la significación.
Lo bello, lo bueno y lo verdadero convergen. Es un lema filosófico que expresa la convergencia de la ciencia, la ética y el arte. La complementación de sus perspectivas puede dar cuerpo, de alguna manera sustancial, a ese lema en la realidad personal-social, entrelazando la plenitud de la significación con la plenitud de “la verdad” en la sabiduría de una sólida y rica formación personal y profesional, aquilatándola en el ser-estar-interactuar en el mundo. La actividad política y económica manifiesta los paradigmas que prevalecen en la sociedad.
En el quehacer cotidiano se expresa en la capacidad social de generar valor genuino, sea comercializable o no: a través de los bienes que se producen, los modos en que se producen y distribuyen, y sobre todo en las vivencias que se promueven en la urdimbre intertransgeneracional.
¿Cuáles son los valores que se ponen en juego en la cotidianeidad de las personas y la sociedad? ¿Es fácil bienvivir la vida de cada día para cada quién?
¿Sirve la afectividad a la efectividad? y ¿La efectividad a la afectividad? De los capítulos 2 y 3 del libro FUTURABLES sociedad creativa, economía amable