Las crisis de la economía me han inquietado desde que supe de ellas en mi infancia, a través de las conversaciones entre mis padres, sobre todo a través de los intentos de mi padre por explicarme las noticias que escuchábamos en la radio y en los artículos que leímos juntos. Los dibujos de los humoristas que aparecían en los diarios y las revistas me resultaban especialmente inquietantes. Recuerdo muy bien la impresión que me había dejado la tapa de una revista donde la inflación estaba representada como un monstruo, con la boca muy abierta luciendo grandes dientes afilados amenazando a Latinoamérica completa. Sin duda, esa imagen me dio cierta comprensión temprana del terrible asunto.
Mafalda, el conocido personaje de Quino, me resultaba terrible desde otro ángulo. Verla, por ejemplo, ofreciendo una silla a Manolito para que se sentara a esperar que los problemas del mundo lo solucione la gente grande hasta me produjo un cierto pudor, lo vivía como un anticipo funesto de la condición de adulto que inexorablemente llegaría. Mi admiración por la capacidad de síntesis que ofrece el dibujo humorístico, hizo que después de completar mis estudios universitarios explorara esa habilidad, sólo para reconocerme inepta. Lo único que dibujaba bien eran las figuras femeninas, que cosechaban comentarios favorables entre mis compañeritos de clase. Ellos incentivaban mi perfeccionamiento dentro de esos estrechos límites acercándome ejemplares de una revista con imágenes femeninas extremadamente sensuales. Finalmente, di por concluida esa incursión y exploré otros rumbos, siempre buscando algo que contribuyera a tomar distancia de la sociedad que tan bien pinta Quino en sus dibujos.
En algún momento, cuando ya hacía años que trabajaba en el Microcentro bancario, en negocios y créditos, asomé a De La Nada, un pequeño grupo que había empezado a otorgar microcréditos cuando esa modalidad apenas comenzaba a difundirse por la región, en la década de los noventa. El sistema de gestión se inspiraba en el modelo del Grameen Bank, un banco que se diferencia por haber sido concebido para asistir a los más pobres de entre los pobres, siempre que estuvieran dispuestos a mejorar sus circunstancias. En su momento atrajo mi atención por ser una innovación económico-financiera sin precedentes, destacable.
Creado por Muhammad Yunus, es un caso de investigación-acción con muchas facetas inspiradoras. Habiendo completado su doctorado en economía, Yunus regresó a su país en 1974 y poco después comenzó a enseñar en una universidad situada en un área rural pobre, donde por entonces se desató una larga hambruna. Cientos de personas morían en las calles, pero las teorías económicas que él había estudiado no tenían respuestas. Al respecto escribió: “Estaban por todas partes, era difícil distinguir los vivos de los muertos…era imposible no ver a esos hambrientos, imposible fingir que no existían…”.
Yunus recurrió al rector de su universidad para realizar una convocatoria a la acción, pero sucedió lo que suele pasar en estos casos: después de ocupar la primera plana en los diarios y que otros se unieran a la iniciativa, los ecos se fueron acallando. Eso no lo amilanó, sino que lo decidió a conocer el problema in situ. Entonces el aula se trasladó a la aldea y la investigación al terreno. Él lo describe así: “Resolví adoptar el punto de vista del gusano. Me parecía que si observaba las cosas desde cerca, las vería con mayor precisión. Como un gusano, si encontraba un obstáculo en el camino, lo eludiría y alcanzaría con seguridad mi objetivo”.
Consideró la posibilidad de aumentar la producción anual de arroz, agregando un ciclo en la temporada seca, lo que lo llevó a sustituir la enseñanza clásica por numerosos programas de desarrollo agrícola con sistemas de riego que se concretaron por medio de una cooperativa con los aldeanos. Los resultados fueron extraordinarios en términos de producción, pero la experiencia dejó al descubierto que la tarea más ingrata de descascarar el arroz estaba reservada a mujeres al borde de la mendicidad. Ellas pasaban el día entero con sus palmas apoyadas en un muro, pisoteando descalzas las casullas y a cambio recibían la decimosexta parte del producido.
En la dinámica instalada, las mujeres en situación de fragilidad económica eran las peor pagas y nada pudo hacerse para mejorar su situación. Sin embargo, por el mismo trabajo, aquellas mujeres podían multiplicar cuatro veces su salario, a condición de que pudieran comprar las casullas para separarlas y venderlas ellas mismas, pero no disponían de una fuente de financiación adecuada. No eran las únicas en esa situación, en la aldea había numerosas personas habilidosas cuya actividad económica no les reportaba más que un miserable ingreso. Tal observación llevó a Yunus a otorgar espontáneamente microcréditos, y al comprobar que por ese medio se producían cambios sustanciales inició un azaroso camino para institucionalizar esa práctica.
Es de tener en cuenta que los bancos tradicionales se orientan a personas y empresas que demuestran estar en condiciones de generar la suficiente riqueza para reintegrar las facilitaciones, ya sea que las apliquen a bienes y servicios productivos o a gastos de consumo, lo cual obviamente estaba muy alejado de la realidad de aquellos aldeanos. Además, por la manera en que están diseñados los procesos de gestión de los bancos les resulta inviable instalar préstamos por importes pequeños, aun cuando tuvieran una robusta garantía, puesto que no alcanzarían a cubrir el costo de evaluar la capacidad de repago de los potenciales tomadores, ni el de gestionar la cobranza de pequeñas cuotas a personas cuasi-iletradas y analfabetas digitales.
Inicialmente, las conversaciones de Yunus fueron mayormente con grupos de mujeres. Luego, la experiencia reveló que operar con ellas ofrecía mejores resultados, tanto en términos de recupero como en el alcance de los beneficios, porque las mujeres, a diferencia de los hombres, tienden a priorizar a sus familias. Fue así que el sistema se estructuró en base a grupos de cinco prestatarias, auto-constituidos y auto-gestionados, de modo que para sus integrantes el grupo constituye un apoyo en las muchas facetas que conlleva el desafío de dejar de ser pobre: es vital la confianza en sí mismo y en los demás, y es de ayuda la posibilidad de emular a otros junto con la presión mutua para salir adelante.
En la concepción del Banco Grameen la autogestión y la disciplina facilitada por el grupo, alivia la tarea de apoyo y seguimiento. Para acceder a un préstamo es necesario conformar un grupo y conocer, previamente, la manera en que opera el banco. Toda persona que aspira a un préstamo debe seguir un curso para interiorizarse del funcionamiento de la institución y aprobar un examen en el que se constata que ha comprendido. Si uno de los integrantes del grupo no aprueba, todo el grupo debe reiterar el proceso. Se intenta así seleccionar a quienes demuestran ser más capaces de salir adelante e inspirar a otros a hacer lo mismo.
La experiencia demostró que el hecho de acceder a lo que antes estaba vedado, y luego concretar los reembolsos estipulados en tiempo y forma es un aliciente a la propia valía y autoconfianza, siempre reforzada por el entorno grupal. Además de esa retroalimentación y refuerzo en vistas a mejores circunstancias para el prestatario, se produce un efecto emulación, no sólo hacia los integrantes del grupo, sino hacia otros grupos y potenciales beneficiarios que se acercan a conocer la experiencia.
Del libro FUTURABLES sociedad creativa, economía amable – Capítulo 8