Una forma de promover procesos sinergéticos es la práctica de crear mandorlas. Es un antiguo símbolo cristiano: dos círculos que se intersectan integrándose en cierto grado, adoptando una forma almendrada. Son uniones creativas de mundos o cualidades distintas, por medio de un elemento o acción que actúa como tercero integrador.

En las construcciones del cristianismo medieval aparecen profusamente como la unión entre el Cielo y la Tierra. El símbolo del pez, representativo del cristianismo antiguo también es una mandorla. En tiempos de persecución los cristianos lo usaban para reconocerse mutuamente. Uno dibujaba un semicírculo en el suelo o en una superficie cualquiera y el otro respondía haciendo lo propio, de modo que en la intersección se sugería el símbolo del pez y así aparecía el encuentro. 

El arte es gran cultor de esta herramienta, todas las artes. En Picasso encontramos rostros elocuentes en pocos trazos. Sepúlveda lo hace con maestría en una biografía de ficción que narra los avatares de la naturaleza amazónica en su novela “Un viejo que leía novelas de amor”. Las guaranias surgieron de la fusión de la dulce melodía guaraní con el arpa que llegó a estas tierras a través del dolor de la conquista.

En las mandorlas, los opuestos pasan a formar parte de una misma unidad, en el sentido que dejan de ser vistos individualmente, separadamente, y la mirada se posa en un todo más amplio que otorga nuevo sentido a su interrelación. Es una práctica que requiere paciencia, puede que al principio sólo se consiga un diminuto indicio de mandorla que se desvanece rápidamente, pero intentándolo repetidamente de a poco se fortalece la capacidad de reconocer y de generar integración significativa dentro y fuera de la persona. Por ejemplo, si lográramos configurar una mandorla sustanciosa entre la economía y la ecología, entre la sociedad y el ecosistema planetario celebraríamos la vida.

Estamos en camino, ya tenemos un Índice Planeta Feliz, el Happy Planet Index, que interrelaciona satisfacción y esperanza de vida humana con el ecosistema planetario en el largo plazo. Aunque precisamente ese indicador muestra que hasta el presente no hay país que haya logrado conciliar una sociedad igualitaria en el acceso a los bienes, la salud y la longevidad, junto con una adecuada preservación de los ecosistemas naturales.

Robert Johnson afirma: “Crear mandorlas es sanador. Verlas, aunque más no sea como posibilidad”. Ese reconocimiento constituye un pequeño cambio en la mirada y en la acción. La mandorla provee capacidad de integración, de complementación de opuestos, de resolución de conflictos y de dilemas intra-intertranspersonales en los más diversos campos de actividad humana. Su práctica promueve autoecoaprendizaje, un aprendizaje conjunto persona-entorno propiciando un sentipensar-hacer sinergético y sustentador.

Las sociedades en las que se vive mejor se caracterizan por una capacidad social interesante. En ellas proliferan los actos que benefician al mismo tiempo a las personas que están directamente involucradas y a su entorno de pertenencia: el pequeño y el grande, el cercano y el lejano. 

Si no hay que desprenderse de algo para beneficiar a otro, la función que subyace a la acción da lugar a la confluencia y/o la complementación de intereses facilitando la irradiación de beneficios. Es una sinergia que tiende a ser inclusiva, amplia, irradiante. Es inteligencia social en acción, conviene a todos, de distinta manera. 

Del capítulo 5 del libro FUTURABLES sociedad creativa, economía amable

Propiciar beneficios sinergéticos irradiantes