Hoy todo nos es muy íntimo y eso implica mucho, lo que está afuera también está dentro de alguna manera importante para nosotros, hace a nuestras vivencias. Habría que ponerse creativo con la conveniencia. Desde el principio de los tiempos es un valor de referencia para los seres humanos. Está claro, conque le caiga la ficha a unos pocos, aunque sean los que consideramos los “más poderosos” “los encumbrados en el poder” no alcanza, ni por lejos. Nunca creí en el poder verticalista, menos ahora cuando en nuestras mentes está echando raíces el formato red.
Las asimetrías son grandes, pero el poder es inasible. Conviene ejercitarlo y preguntarse cuidadosamente: ¿Poder para qué? ¿Con quién? ¿Cómo? y en ese preguntarse tener en cuenta de incluir y beneficiar en simultáneo a ese algo más grande del que se depende. La era de la economía extractiva se agotó.
Hay que mudar de paradigma: buscar generar beneficios lo más inclusivamente posible; superar la dicotomía de los unos contra los otros: las cansadoras polarizaciones; inspirarse en la diversidad, reconocerla enriquecedora y sustentadora. La naturaleza enseña que es por ahí ¡Que no se nos seque la vida, que entonces ni para lágrimas habrá!
Con-venir evoca asociaciones interesantes. Es linda palabra: apunta a re-unir, con-fluir, con-sensuar, lo cual sólo podría darse en un nivel amplio y de alguna manera que respete la diversidad habilitando la riqueza que en ella existe y las potencialidades que de ella derivan, siempre lejos de la marea homogeneizante que viene asolando al planeta y a sus habitantes.
Hace falta compartir sentido. Replantear la noción del homo economicus clásico, el que se supone responde a expectativas racionales en su propio beneficio, desde una concepción inconducente: la bolsa de gatos en guerra de zarpas, que se reinventa desde hace milenios a esta altura peligra terminar en tragedia. No sea que tengamos que pensar en un “Testamento de la humanidad”, para dejar constancia de nuestra existencia en alguno de los artefactos con los que exploramos el inconmensurable espacio extraterreno en el que, aparentemente, aún no hemos podido constatar nada parecido a nosotros.
Decididamente, lo mejor sería que pudiéramos continuar nuestro viaje en la nave azul que nos cobija desde un mejor lugar. Entre los muchos cambios necesarios para viabilizar ese fin, estimo que sería crucial poner en juego una capacidad social ya estudiada, pero insuficientemente transitada.
En la década del 30 Abraham Maslow y la antropóloga Ruth Benedict realizaron estudios comparativos de aldeas de distintas etnias. Estudiaron la calidad de vida de cada sociedad y las ordenaron en un continuum, desde aquellas en las que se vive bien hasta aquellas en las que se vive tirando a mal, por grados, a la manera de un termómetro: en un extremo la mejor y en el otro extremo la peor. Estos estudios mostraron que el factor diferencial es la función comportamiento: la dinámica de interrelación que emerge de patrones subyacentes, sustentado en el sistema de paradigmas y de valores. Siempre hay alguna sombra en cada acción, por eso se consideran gradaciones entre extremos.
La vida en sociedad tiende a ser agradable cuando la función comportamiento es sinergética: cuando los patrones subyacentes promueven el beneficio mutuo y simultáneo de la persona, su grupo de interacción y el conjunto de la sociedad. En general la sinergia se manifiesta por la complementación de beneficios diferentes. Por ejemplo, lo que es ganancia para uno es prestigio para otro. Es preciso minimizar cualquier detrimento a los demás, y en cambio beneficiarlos. Lo mejor es beneficiar también al ambiente biosocial facilitando la generación de ecocondiciones positivas, puesto que cuanto más favorable el ambiente más fácil tiende a ser la vida.
La clave es generar áreas de sinergia inclusiva, en donde los diálogos entre oposiciones y complementaciones nutren una comunión, de ese modo la contradicción pierde fuerza y la oposición adopta configuraciones más interesantes abriendo perspectivas inclusivas capaces de beneficiar, mucho más que de detraer.
Un punto de partida en esa dirección es reconocerse partícipe de algo más grande, en mutua interdependencia, ya que desde la perspectiva de un individuo que se concibe como un ser aislado en un “envase corporal” es prácticamente imposible: una concepción así conlleva el temor a ser violentado a cada paso, a la voracidad en desmesura, a construir y vivir infiernos en una sociedad en la que se tiende a vivir mal.
¿Y qué significa replantear el homo economicus?
El homo economicus clásico se refiere a ese ser que desea poseer toda la riqueza posible al menor costo posible, siendo capaz de comparar y arbitrar los medios para ese fin. Es un modelo teórico. Nadie espera que las personas actúen de ese modo. Se usó profusamente como parámetro de referencia para diseñar empresas, de modo que hasta hace unas décadas el fin principal indiscutible de una empresa era la generación de riqueza para sus propietarios. Aún hoy es la finalidad principal de la mayoría, aunque su función social se ha enriquecido e incluso han surgido empresas sociales con un enfoque de nueva generación.
El homo economicus emergente se reconoce solidario en unidad-diversidad, orientado a comprender y cultivar las dimensiones de la abundancia -de calidad de vida-, en íntima interdependencia con el ambiente biosocial del que es partícipe. Tal así que a futuro la moneda podría hasta desaparecer de la vida cotidiana, dependiendo ello de cómo evolucione la sociedad, en particular la organización socioeconómica. Creada en tiempos remotos para facilitar el intercambio comercial, la dimensión financiera de la economía devino en un nivel de realidad hace unos 500 años, desde entonces se ha ido instalando en el centro del escenario configurando una economía fuertemente monetaria. Nada hace pensar que seguirá de la misma manera en el futuro ¿O sí? ¿Qué piensan ustedes?
De los capítulos 4 y 5 del libro FUTURABLES sociedad creativa, economía amable