Los aconteceres que se han ido dando, en mi ámbito personal y en la sociedad local-planetaria, me han llevado a comprender que un sentido de ser-estar en el mundo, bien sintonizado y atendido, tangible, es una necesidad tanto personal como social. Si lo desconocemos, o si lo olvidamos, estamos a merced.
El planeta que cohabitamos se ha vuelto pequeño. Hace quinientos años la humanidad estaba dispersa en pequeñas aldeas y estados. Las distancias se fueron acortando y la interdependencia fue aumentando. Es obvio, sin embargo la dinámica de nuestras interacciones no lo refleja y en consecuencia aumenta la actividad que conlleva tensión y cansancio.
Hoy vivimos en una sociedad red, con una alta densidad de interrelación, de conocimientos y de información, en donde lo cercano y lo lejano se entremezclan de formas variadas y hasta insospechadas. En el siglo XXI nadie puede salvarse solo, ya no hay isla para ningún Robinson por los mares del planeta. La nave en la que navegamos nos tiene a todos por tripulantes, aunque tengamos roles de capitanes o de pasajeros de primera.
Mirar en una misma dirección, aunque cada quien decida y haga por sí, ofrece un eje cohesivo que ayuda al bienvivir, en especial si las maneras de interactuar sirven a ese fin. Un rumbo compartido facilita poner en juego conversaciones, estrategias y recursos disponibles para hacer realidad una comunidad local-planetaria en amable y rica diversidad, lo cual es cada vez más importante, para bienvivir o sobrevivir.
Aunque parezca lejos, estamos muy cerca unos de otros y es muy fácil bloquearnos o lastimarnos mutuamente. Es necesario superar el pensamiento fragmentado y reconocer la unidad-diversidad que somos. El arco vital de una vida humana transcurre en varias décadas en una trama social, planetaria y cósmica que entretejen generaciones y culturas en el devenir de milenios. Esa trama atraviesa su más delicado momento.
La consciencia de un destino compartido, que se refleje en nuestros quehaceres e interacciones, es una clave para abrir posibilidad a un escenario promisorio. La calidad de nuestra vida depende de lo que hagamos en conjunto. Reconocerlo podría habilitarnos a aprovechar conocimientos ya disponibles para crear realidades sorprendentes: un hacer menos y vivir mejor.
Del libro TENUES HILOS entretejen vidas, traman destinos