Al sintonizar el propio sentido de ser-estar desarrollamos una visión del horizonte hacia el cual aspiramos, como individuos y como sociedad. Entonces nuestra creatividad adquiere mayor fuerza, sabemos hacia dónde orientar nuestras acciones, damos vida a nuestros sueños y anhelos, creamos nuestra felicidad.

El párrafo anterior sintetiza  “sentido y visión”, una dimensión de la espiral de la abundancia: una herramienta para crear abundancia a partir de la abundancia.

Esta espiral se despliega con ocho dimensiones interrelacionadas, lo que significa que hay que prestar atención a todas, pero todo junto no se puede.

Hay miles de maneras de usarla.

Una muy eficaz es elegir tres, y de esas tres priorizar una, entramándola con las otras dos, por un tiempo, unos meses o un período de un año, o hasta estar satisfechos con el avance logrado.

Entonces, se puede dar entrada a otra, para explorarla y nutrirla en profundidad, siempre combinando con otras dos, no importa si son dos ya muy conocidas o si es un conjunto nuevo.

Además, sería oportuno aprovechar el momento para evaluar cuánto y cómo se ha avanzado en todo el conjunto, en las ocho dimensiones de la espiral, aprovechando para formularse preguntas relevantes acerca de nuestro mundo y el lugar que ocupamos allí.

Aquí comparto trayectos de mi experiencia con esta dimensión, a partir de fragmentos del libro TENUES HILOS entretejen vidas, traman destinos, bajo el título:

Tener rumbo hace diferencia

Sin duda tener rumbo hace diferencia. Un diálogo de “Alicia en el País de las Maravillas” lo sintetiza bien:

Alicia:

Gatito ¿Qué dirección debería tomar?

Gato de Cheshire:

Eso depende de adonde quieras ir.

Alicia:

No sé muy bien adonde quiero ir.

Gato de Cheshire:

Entonces no importa qué dirección tomes.

Cuando lo leí por primera vez sentí dolorcito en el corazón, que de esa manera me hizo saber que yo no sabía. Unos años después llegué al extremo de reconocer que estaba perdida.

Luego supe que para muchos, esa instancia de desorientación es un paso obligado para encontrar el propio rumbo.

Recién logré entenderlo cuando todo lo que emprendía se complicaba de maneras impensadas, de modo que fui sumergiéndome en una desorientación que duró tres años, los más duros de mi vida.

En ese trayecto hubo un tiempo en el que pasaba la mayor parte del día y de la noche estacionada en casa leyendo, formulando preguntas, escribiendo notas.

Me preguntaba:

¿Qué dirección debería tomar? ¿Con qué me quiero comprometer?

Indagaba renovando paciencia para conmigo, pero también objetándome la decisión de estar quieta cuando todos los demás estaban ocupados en algo útil.

Por primera vez tomé conciencia de lo mucho que importa el hacer en nuestra sociedad, porque tuve que aprender a eludir la presión social en relación a mi quehacer.

Los amigos, a menudo preguntaban:

—¿Y ahora qué vas a hacer?

Los desconocidos que se acercaban, querían saber: 

¿Y vos a qué te dedicás? 

El instinto de supervivencia ayudó.

En medio de mi desorientación había una certeza: sabía que insistir en mi búsqueda era crucial y había comprendido que debía resguardarla de la presión social, ya que era claramente contracultural.

Aprendí a dar respuestas socialmente “correctas”, manteniendo a resguardo mis anhelos, que sólo compartía con unos pocos.

Un amigo comprensivo trajo alivio cuando puntualizó:

Es muy bueno que en una ciudad con millones de habitantes alguien pare y busque saber lo que de verdad quiere.

Saber lo que genuinamente se quiere es una capacidad que conviene cultivar con todas las fuerzas. Permite elegir, no importa donde estemos, ni con quien.

Sintonizar el propio rumbo y actuar en consecuencia son ingredientes indispensables para acercase a ese estado indefinible que llamamos ser feliz.

Es lo mejor para sentirse a gusto con lo que llamamos “nuestra vida”, y también lo es para la sociedad.

Cada vez conozco más personas comprometidas con los anhelos de su propio corazón, que apelan a lo que está a su alcance para realizar sus sueños y ya no me sorprende que tales sueños también incluyan a los demás en un horizonte amplio e inclusivo.

Para mí, es la pauta que ofrece prueba de que ahora, más que buscadora, soy encontradora.

Los tenues hilos se manifiestan más y más en mi vida haciendo que mi andar se vuelva liviano, que mi mirada se tiña de asombro, que mis preguntas encuentren respuestas, que mis respuestas conduzcan a nuevas preguntas, que mis frustraciones templen mi espíritu, que la comprensión nutra mis entendimientos y pueda evolucionar amablemente en una espiral sin fin que me envuelve y atraviesa.

Han urdido una nueva trama en mi vieja trama, la han recreado y refrescado haciéndome sentir más a gusto en mi mundo. Aconteceres insospechados se han presentado y los he reconocido como indicios de esos hilos que sutilmente traman mi trama de pertenencia más allá de lo que puedo ver.

Celebro haber podido reconocer los tenues hilos que susurran el rumbo que es para mí. Me propongo aferrarme a él y transitarlo con paso liviano, en buena compañía. No importa si se parece a una picada en el monte, a una callecita de pueblo o a una ancha avenida de ciudad, y confío en que mis pasos me lleven a aquellos con quienes propiciar un mundo más amable en la multifacética trama que entreteje mi vida con la de millones de seres. 

Sentido y visión: el rumbo hace diferencia