Saber lo que genuinamente se quiere es una capacidad que conviene cultivar con todas las fuerzas. Permite elegir, no importa donde estemos, ni con quien. Sintonizar el propio rumbo y actuar en consecuencia son ingredientes indispensables para acercase a ese estado indefinible que llamamos ser feliz. Es lo mejor para sentirse a gusto con lo que llamamos “nuestra vida”, y también lo es para la sociedad. Cada vez conozco más personas comprometidas con los anhelos de su propio corazón, que apelan a lo que está a su alcance para realizar sus sueños y ya no me sorprende que tales sueños también incluyan a los demás en un horizonte amplio e inclusivo.
Transitamos un delicado momento. Para que la sustentabilidad sea viable, algo nuevo tiene que surgir de la vieja idea de progreso. Progreso: bandera compartida de derechas e izquierdas anquilosadas, ambas inoperantes para gestionar una sociedad a la altura de las circunstancias y de los anhelos humanos más profundos. Algo nuevo surgirá eventualmente a partir de las fuerzas propiciatorias que podamos desarrollar en el aula-sociedad, en bucles teoría-acción articulados creativamente.
Hay puentes y retroalimentaciones por establecer entre el mundo de la investigación y la reflexión y los ámbitos de acción concreta. La diversidad de quehaceres, en conjunto inseparable, manifiesta la cultura imperante. Así, la política y la economía se encuentran presentes en cada actividad humana, tanto como el medio ambiente biosocial en el que tienen lugar. Comprenderlo abre posibilidades entrelazando de formas nuevas lo que nunca estuvo separado más que por una mirada reduccionista y fragmentada.
Vivimos en un mundo altamente integrado bajo las pautas de un paradigma en crisis, que imprime tensión creciente. De allí emanan las fuerzas que actúan más allá de nosotros mismos, no importa el rol que tengamos en la sociedad. Sin embargo, sus manifestaciones más sombrías las delatan, despiertan inquietudes, cuestionamientos y búsquedas vigorizando profundas transformaciones que silenciosamente conducen a un cambio de época. De ninguna manera es fácil, puesto que se trata de una osadía, en cierto modo fundante, que pone en manos de la ciudadanía el desafío de viabilizar las fuerzas propiciatorias en medio de un sistema en crisis en donde imperan otras fuerzas muy poderosas.
Para cada integrante de la comunidad humana es mucho lo que depende de la coherencia del conjunto, del propósito compartido, de la visión que reúne, del punto de atracción hacia el cual se dirige ese conjunto. Si la trama no las favorece, las intenciones individuales pueden verse traicionadas en poco tiempo. Las interinfluencias son muchas y son fuertes, sean obvias o muy sutiles, y aunque comprenderlas acabadamente es improbable, conviene explorarlas para enriquecer la propia perspectiva y abrir posibilidades nuevas.
«La Carta de la Transdisciplinariedad» surgió como una manifestación colectiva en ese sentido, en un tiempo en el que yo me esforzaba por recorrer los senderos de mi corazón en pos de las claves de mi rumbo. Cuando siete años después leí detenidamente cada uno de los puntos de aquel acuerdo pergeñado en el Convento de Arrábida nada me sorprendió, porque expresaban lo que yo ya había leído en mi corazón sin haberlo puesto nunca en palabras tan precisas.
Agradecí que estuviera disponible y fue tanto un llegar a casa como un nuevo punto de partida. Junto a aquella declaración conocí «El Manifiesto de la Transdisciplinariedad», que Basarab Nicolescu escribió en un intento por desplegar los principios que la sustentan. Me maravilló en muchos pasajes, pero en absoluto me sorprendió encontrar allí una referencia a “La Asamblea de los Pájaros”.
Escrita en el siglo XII por el poeta persa Attar es una alegoría a la unidad y la pluralidad de los seres; describe el largo viaje de un conjunto de pájaros poseídos por el fuego del amor en busca del Señor de todos los pájaros, el Simurgh. La historia cuenta que, semejante a una vibrante ola, la inmensa asamblea levantó vuelo y al internarse en las alturas cada uno de sus integrantes pudo ver el largo camino, aparentemente sin fin que se abría en un terreno montañoso. Las montañas eran demasiado altas y los valles extremadamente difíciles de atravesar, llenos de obstáculos y de maravillas, tanto que sólo treinta pájaros llegaron a la corte del Señor. Al cruzar el umbral cien velos se corrieron y los treinta viajeros que habían persistido se encontraron ante un espejo. el Simurgh: un espejo. Reflejándose en él comprendieron que eran uno con él. Percibiendo ambos a la vez, a sí mismos y al Simurgh, una nueva vida comenzó para ellos y por fin pudieron ser vistos y reconocidos.
Había leído aquella historia vaya a saber cuántas veces y ya casi la había olvidado, pero al encontrarla en «El Manifiesto de la Transdisciplinariedad» supe que de esa forma yo había invocado los tenues hilos que me pertenecen y ahora puedo alegrarme por ello.
El término “transdisciplinariedad” surgió hace unos cuarenta años en escritos de diversos pensadores que buscaron expresar la necesidad de una transgresión de las fronteras entre las disciplinas y la superación de la multi y la interdisciplinariedad. Es la teoría de la esperanza y una práctica por desarrollar, requiere templar la mirada y la postura de quien comprende y actúa. Es nuestra responsabilidad abrazar tal posibilidad evolutiva. No hay nadie más. Requiere cambiar de sistema de paradigmas: una transformación de creencias nodales para acceder a una nueva visión del mundo.
Requiere de rigor y de tolerancia, y el reconocimiento de una “zona de apertura de lo finito a lo infinito”: un espacio de reunión de la pluralidad compleja y la unidad abierta del sujeto, un punto de encuentro del sujeto y el objeto transdisciplinario, en donde las dualides son transgredidas, en donde los pares de opuestos son superados en una unidad abierta que engloba al universo/multiverso y al ser humano.
Tal reconocimiento restablece el espacio de lo sagrado, desde donde se nutre la esperanza y el resurgimiento de lo humano en lo humano. Por ello también es el fundamento de todo proyecto social viable y vivencia en plenitud personal, coherencia entre el hacer y el ser. Abrevar allí es ponerse de pie ante la vida para celebrarla. Es tomar la oportunidad.
Nicolescu subraya que nos encontramos ante el comienzo de la exploración de diferentes niveles de realidad unidas a diferentes niveles de percepción. Una nueva etapa de nuestra historia, fundada sobre el conocimiento del universo exterior en armonía con el autoconocimiento del ser humano. Estamos a las puertas de una era del conocimiento, una evolución del conocimiento mismo que impone un nuevo tipo de evolución, que nace unida a la cultura, la ciencia, la consciencia y la relación con el otro-lo otro.
El diálogo entre ciencia y arte constituye el eje fundador del diálogo entre la cultura científica y la cultura humanista. La larga escisión entre ambas ha comenzado a cerrarse, primero con los acercamientos multidisciplinarios por medio de coloquios, luego en fecundas iniciativas interdisciplinarias entre científicos y artistas, que han proliferado a un ritmo sin precedentes, sentando el germen de un “más allá” que establece un lenguaje en común entre artistas y científicos de diferentes culturas, verdaderas pasarelas y vislumbres de re-unión.
En “El Manifiesto de la Transdisciplinariedad” Basarab Nicolescu afirma: “La transdisciplinariedad puede ser concebida como la ciencia y el arte del descubrimiento de esas pasarelas. Está allí el contenido de una verdadera revolución de la inteligencia. El desarrollo explosivo de las redes informáticas no equivale, por sí mismo, a una revolución de la inteligencia. En ausencia de afectividad, la efectividad de las computadoras es una vía seca, muerta, aún peligrosa, un desafío más para la modernidad. La inteligencia es la capacidad de leer a la vez entre las líneas del libro de la Naturaleza y entre las líneas del libro del ser interior. Sin las pasarelas entre los seres y las cosas, los avances tecnocientíficos no sirven sino para ampliar una complejidad cada vez más incomprensible.
¿Qué es un diálogo entre seres en ausencia de pasarelas, de un lenguaje en común? Dos discursos paralelos que engendran malentendidos sin fin. En ausencia de pasarelas ¿qué es un diálogo social entre actores sociales? Una estafa que no hace sino agravar la fractura social. En ausencia de pasarelas ¿qué es un diálogo entre las naciones, los Estados y los pueblos de esta Tierra? Una postergación temporal de la confrontación final. Un verdadero diálogo no puede sino ser transdisciplinario, fundado sobre las pasarelas que unen, en su naturaleza profunda, los seres y las cosas.” Mejor aún, una refrescante conversación.
Ante nosotros se esboza un largo camino que conduce, de la explicación y del saber, a la comprensión en nombre de la esperanza recobrada, impulsada por el sujeto renacido, en una travesía y en una búsqueda incesante, siempre fresca, copropiciando la vida en amable convivencia. Los tenues hilos que entretejen nuestras vidas, traman para nosotros un destino promisorio.
Del Epílogo al libro “TENUES HILOS entretejen vidas, traman destinos”