La economía emergió como ciencia a partir de la filosofía y la política cuando concluía la Edad Media. Encontró suelo fértil ocupándose de los aspectos materiales vinculados a la generación de riqueza, cuando los modos de vida comenzaron a variar hacia formas más mercantiles. Hasta ese entonces los mercados eran rudimentarios, y el intercambio habitualmente era a valor de uso o de producción, sucediera al interior de los feudos o entre ellos. Lo económico no se diferenciaba de los demás aspectos de la vida individual y comunitaria.

El antiguo orden era defendido por los teóricos mercantilistas, quienes interpretaban que la riqueza de una nación, como si fuera una gran familia, dependía fundamentalmente de su comercio exterior. Siguiendo esa lógica de administración doméstica, si el país era capaz de generar más ingresos que pagos en su comercio con otras naciones, entonces su balanza comercial se tornaba positiva y podían darse por contentos.

El juego se conformó en una conjugación en o: a favor o en contra. Se entiende que para que unos ganen otros deben perder; la alegría de uno es la tristeza de otro; unos les venden más a los otros, entonces los primeros quedan en situación acreedora frente a los segundos que son sus deudores; la balanza oscila en el tiempo, favoreciendo a unos u otros. Esta lógica no desconoce otras fuerzas, pero destaca la idea de escasez. Difícilmente hubiera podido ser de otra manera: un grano de trigo, de centeno, de sal, sólo puede ser usado una vez. Las opciones alternativas eran la norma en ese ambiente donde las hambrunas eran parte del orden del día; donde hombres ávidos y perros esqueléticos eran cosa común.

En un mundo signado por la supervivencia la lógica del ellos o nosotros es la natural. Sin embargo, después de siglos y con recursos tanto más abundantes, el esquema de conflicto y competencia continúa muy presente en el sustrato de las relaciones internacionales y domésticas. La imagen de una “torta” por cuyas porciones hay que pujar se mantiene viva. Como si hubiera sido grabada a fuego en la memoria humana, subsiste vigorosa. 

Con el avance de la era secular, las exploraciones de ultramar, la creciente industrialización, el desarrollo de la banca y los mercados, las funciones de la economía comenzaron a adquirir relieve y se desarrollaron conocimientos para describir, justificar y responder a los fenómenos derivados de la nueva dinámica. El sistema feudal fue cediendo espacio al capitalismo de la incipiente era industrial que trajo consigo los valores individualistas, la fragmentación de las familias, el derecho a la propiedad y los gobiernos representativos.

En el contexto de esa transición, Adam Smith escribió el primer tratado completo de economía: “La Riqueza de las Naciones” que apareció a finales del siglo XVIII cuando en Inglaterra se habían introducido la máquina a vapor, y los husos y telares mecanizados se utilizaban en las fábricas. Para Adam Smith toda mejora en la riqueza estaba dada por la producción de bienes materiales. Entendía que la riqueza de una nación depende del porcentaje de la población que participa en la producción, así como su eficiencia y habilidad para producir: su productividad.

La división del trabajo se tornó importante. En las fábricas, para maximizar la producción. Entre las naciones, para aprovechar sus “ventajas comparativas naturales”. Cada uno se ocupa de una parte y se especializa, aunque a no pocos en el reparto les toque en suerte la tarea de ajustar una tuerca después de otra por horas. Todo lo generado es distribuido como lo determina la “mano invisible” del mercado. Se entiende que esa mano actúa en el libre juego de la oferta y la demanda, siendo capaz de dar a cada quien lo que le corresponde. A través de sus designios los consumidores, productores, asalariados y empresarios dan y reciben lo suyo. En el modelo de competencia perfecta se da por sentado que todos actúan con similares cuotas de información y de poder. Ése sería el caso teórico puro, que pertenece al mundo de lo ideal, ya que la simetría que requiere es de improbable ocurrencia en la cotidianeidad del intercambio, sobre todo el económico. 

Las teorizaciones de los economistas clásicos consolidaron la economía, en línea con la estructura de clases existente. Con el avance de la revolución industrial y la incesante búsqueda de mayor productividad se generaban sublevaciones obreras, cada vez más frecuentes. En esos tiempos el trabajo humano era efectivamente el más importante aporte a la producción. Las tensiones sociales originaron intentos por salir de la visión materialista de producción, incorporando criterios subjetivos. Hubo quienes consideraron la utilización de “unidades de placer” y “unidades de dolor”. Aparecieron propuestas utópicas de construir fábricas y talleres según principios humanitarios, pero no fueron más que lánguidos intentos.

Surgió el análisis de oportunidad de los recursos. Significa que al ser asignado a determinada aplicación, un recurso queda inhabilitado para ser usado en otra al mismo tiempo. La lógica de lo alternativo —muy ligada a la idea de escasez— está en el origen de la ciencia económica. Marx, por ejemplo, formuló de manera explícita la lucha entre trabajadores y capitalistas en una aguda crítica a la economía clásica: la lógica del conflicto. Su influencia fue más política que intelectual, lo que se evidencia en aspectos clave de las dinámicas de las economías socialistas: son similares a las capitalistas en el énfasis que ponen en la producción y el crecimiento. Tanto las economías socialistas como las capitalistas operan sin tener en cuenta los impactos sobre el sistema biosocial, en donde juega una compleja urdimbre de relaciones e interdependencias.

Las economías capitalistas y socialistas difieren —sobre todo— en la organización de los factores en términos socio-políticos, pero surgieron del mismo enfoque de la economía extractiva fundada en la producción. A partir de la caída del muro de Berlín y la transformación de la exURSS se abrió una nueva instancia de renovación política, que en lo económico se tradujo en la incorporación de vastas economías a la dinámica global reinante.

El esquema subyacente que se juega desde antaño se mantiene. Producción centralizada o producción orientada por los mercados, ninguno de estos modelos profundizó en las características y posibilidades del espectro de necesidades y aspiraciones humanas, ni las del entorno natural. Si fuera el caso, la actividad económica tendría lugar para satisfacer esas necesidades de manera coherente, sustentable y sustentadora. Es el callejón al hay que construir salida.

De un Camino a la Abundancia Capítulo 9

APRENDER a conjugar en “Y”